El ángel del río

El ángel del río




El río era muy diferente hace 50 años. Estaba lleno de peces, la vegetación sobresalía como acariciando sus orillas, su caudal era muy fuerte, sus piedras gigantes. Allí solían tomar el sol las tortugas y los pájaros, que con sus alas extendidas parecían un monumento a la armonía que reinaba en el lugar.



Tanta era la fuerza del río que, cuando llovía un poco más de lo acostumbrado, veíamos como se movían las piedras gigantes, provocando un ruido grave con eco que nos ponía nerviosos. También veíamos con asombro como derribaba árboles gigantescos de la orilla con todo y sus raíces, dejándonos petrificados en el momento que se convertían en pedazos cuando chocaban con las piedras. Era absolutamente perturbador, pero nos dejaba con una sensación de asombro incontenible.



En esa época existían verdaderos conocedores del río. Había verdaderos profesionales en el arte de la natación. Podían estos muchachos fuertes y atléticos cruzar el río en su mayor apogeo de caudal rebotando entre las piedras. Eran los héroes del pueblo.



Esperanza tenía como 5 años en esa época y su hermana Raquel alrededor de 7. Ellas quedaron huérfanas de madre siendo Esperanza aún muy pequeña como para recordar la cara de su progenitora. Las pequeñas, siempre muy juntas, parecían dos tortolitas jugueteando por los potreros.

Su hermana mayor, Teresa de apenas 17 años, se había hecho cargo de ellas, ya que el papá brillaba por su ausencia; al morir su esposa, sencillamente desapareció, dejando a las tres niñas solas; Teresa con apenas 13 años. Gracias a Dios que las niñas tenían un abuelo formidable que viéndolas en la situación tan mala, se hizo cargo de ellas, hasta que Tere pudo trabajar por su cuenta y ayudar un poco a su pobre y cansado abuelito.



Un día normal y sin ninguna novedad, ocurrió lo inesperado o lo que siempre se espera que pase, pero decimos que ojalá nunca pase… sí, eso.



Era temprano, como media mañana de uno de esos días en que el sol se levanta para acariciar a todos con sus bellos rayos, después de un temporal de 15 días. Todos estaban afuera disfrutando del sol. Las niñas jugaban cerca del río. Yo les advertí que tuvieran cuidado con el río porque estaba muy lleno por la lluvia. Las niñas, sin prestar mucha atención, siguieron con su juego.



Teresa estaba muy ocupada haciendo sus deberes y, hasta por un momento, se olvidó de las niñas. Cuando de pronto escuchó un grito y luego otro. Era Raquel desesperada que, más pálida que la misma muerte, con su poco aliento exclamaba: −Esperanza… Esperanza… ¡se cayó al río! -



Al oírla, todos salieron corriendo hacia allá. Gracias a Dios había uno de estos héroes del río quien, al oír los gritos, comenzó a correr vereda abajo para alcanzar a la niña. Por su experiencia sabía que los minutos eran vitales en ese momento para la sobrevivencia de la niña.

Todos observaron río abajo como el cuerpo de Esperanza iba siendo sacudido por la corriente, estrellándola contra las piedras que se interponían en el camino. Gritaban desesperados sintiendo la impotencia en sus cuerpos en sus almas. Corrían detrás de ella para alcanzarla, por la vereda, del rio entre gritos y caídas.



Nuestro héroe, sin pensarlo y demostrando su maestría, trató de llegar lo más cercano posible a ella. En un momento preciso se tiró al río como salmón entre las corrientes, extendiendo sus brazos fuertes y atléticos hasta que logró alcanzarla, para después tratar de salvar su vida y la de ella.



Salieron como cien metros más abajo, apoyándose en la raíz de un árbol que estaba allí como brazo para su rescate. Los ayudamos a salir. Llorábamos de alegría y de susto abrazándonos sin control.



A Esperanza lo primero que le preguntaron era que si estaba bien. Ella, con su vocecita quebrada por el agua que había tragado y el frío, nos dijo: − Estoy bien. –

Una mujer ángel estaba siempre nadando junto a mí y me decía que me iba a acompañar, que no tuviera miedo porque ella siempre iba a estar conmigo.



Nos quedamos un poco pensativos, creyéndolo y no, pero lo importante en ese momento era que Esperanza estaba a salvo… ¡ya fuera con ángel o sin él! No pusimos mucha atención al asunto y nos llevamos a Esperanza a la casa, para abrigarla y darle un poquito de agua dulce para que volviera a tomar calor. Agradecimos al que creíamos el verdadero ángel o héroe que nos ayudó a salvar a nuestra Esperancita y entre besos y abrazos lo invitamos a ir con nosotros y, para hacerles corto el cuento, ese muchacho pocos años después se casó con Tere, adoptando las niñas como suyas.



Bueno, volviendo a lo nuestro, después del accidente pasaron unos días y una tía materna vino a visitar a las pequeñas. Lo primero que hizo Tere al verla fue contarle el susto que habían pasado con Esperanza. La tía, que es muy creyente de los ángeles, no dudó ni un minuto al respecto y repetía sin cesar: − ¡Seguro es mi hermana!, que en Dios descanse. -



Sacó una foto que siempre llevaba con ella y la puso sobre la mesa. Era una foto muy vieja de la madre de Teresa y la tía, en blanco y negro, que se la habían tomado cuando eran quinceañeras.



−Llámate a Esperanza con cualquier pretexto y no le digas quién está en la foto. Nada más déjala sobre la mesa para ver qué hace la niña, para ver qué dice− dijo mi tía muy seria.



Esperanza llegó acudiendo al llamado. Tere le dijo que saludara a la tía, para disimular. La niña saludó a la tía con un besito en la mejilla y un abrazo. Al voltear su cabeza vio la foto en la mesa y sin verla mucho gritó: − ¡Es el ángel del río! -



La tía y Tere se volvieron a ver como acto reflejo; la tía con gesto de comprobación y complacencia, Tere pálida y con la boca abierta porque no lo podía creer. El impacto fue interrumpido por la tía que dijo: − ¡Esta es tu mamá, mi amor! ¡El ángel es tu mamá! -



Esperanza tomó la foto con una ternura incomparable entre sus pequeñas manitas y con sus ojitos de almendra llenos de lágrimas y su vocecita de periquita quebrada, dijo: − ¡Conocí a mi mamá! -