Más vale diablo por viejo que por diablo

Más vale diablo por viejo que por diablo




Soy una mujer viuda con dos hijos y un burro que me dejó mi marido como herencia. Vivía en el campo, muy lejos de la ciudad; no había electricidad, ni teléfono. Todo era muy difícil, pero yo era tan feliz que se compensaba una con la otra.



Llevábamos una vida muy sana, comíamos de lo que la tierra nos daba. Mis hijos tenían que caminar una hora para llegar a la escuela, pero nunca los vi sin ganas de ir; siempre se levantaban temprano y cuando el café estaba listo, ellos ya estaban limpios y preparados para desayunar e irse.



Recuerdo que en esos días se acercaba la luna llena que, con su forma de tortilla gigante, alumbraba todo el campo con su luz blanca. Todo parecía de color gris azulado pero, a la vez, se veía inmensamente claro. Podíamos ver perfectamente si algo o alguien se acercaba a doscientos metros.



Decía la maestra del pueblo que eso se debía a que no teníamos los focos de la ciudad, que convierten la noche en día y en los días que no hay luna, no dejan ver las estrellas… tan bonitas. Hay días en que el cielo está tan estrellado que parece que no cabe una estrella más en él. Llenito de estrellas, ¡se ve tan bonito! A veces hasta se me parece a cuando hay muchas gotas de agua en una cazuelita y que, con el resplandor de la candela, brillan como estrellas.

Por esas cualidades de mi tierra, llegaron en esos días unos estudiantes del clima, como ellos me explicaron. También me dijeron que era una nueva ciencia que estaba dando sus primeros pasos en este país y tenía un nombre que tuvieron que apuntármelo para poder pronunciarlo. Era Meteorología o algo así.



La cosa fue que ellos me dijeron que les diera hospedaje en el corredor de mi casa, porque tenían que observar los cambios del clima. Y, bueno, como todo es por la ciencia, yo les dije que sí.



Unos se instalaron afuera con tiendas de campaña y otros en el corredor, con sacos de dormir. Todos tomaban café y contaban chistes mientras esperaban a que llegara la noche. El día estuvo sin una sola nube pero había un vientito agradable, muy fresco. La noche estaba igual, fresca y sin nubes, y eso agradaba a los muchachos que se mostraban felices.



Ya cuando me disponía a dormir, salí a advertirles algo. Pensé que, como ellos eran estudiantes del clima, seguro lo tenían que saber mejor que yo, pero de todas formas fui a avisarles, para que no dijeran que uno es una mala persona. Bueno, en fin, les dije que mejor se metieran a la casa porque esa noche iba a haber tormenta, con muchos rayos, viento y agua.



Se me quedaron viendo muy incrédulos y hasta algunos se burlaron de mí. Me contestaron que no, gracias, que no lo creían necesario. Me dieron ganas de echarlos por mal educados. Yo solo les hacía el favor, malagradecidos, pero bueno, no me importó. Cerré la puerta, acomodé a los chiquillos y, muy calientitos, nos fuimos a dormir

Como a las cuatro horas de estar durmiendo comenzó la tormenta, era agua, rayos y viento que venían de todos lados. Yo oía en mis sueños a los muchachos tratando de rescatar las cosas de las tiendas. El viento se llevó todo, hasta las bolsas de dormir. Todo era una tragedia.



A la mañana siguiente me levanté como si nada, ya hasta se me había olvidado la bendita tormenta. Preparé el café y salí con mi taza en mano a ver como habían amanecido los “expertos en el clima”.



Cuando vi aquello no lo podía creer, parecía un campo de refugiados. Todo estaba tirado por todo lado y los muchachos tenían unas caras de muertos vivientes, ya que tenían barro hasta los dientes y hasta por un momento me impresioné tanto que me asusté. No pude decir nada, hasta lástima me dio.



Solo uno de ellos, el que más se burló de mí el día anterior, se animó a preguntarme cómo había hecho yo para saber que esa noche iba a haber tormenta eléctrica. Solo le dije la verdad: “Cuando el burro se rasca en ese tronco, siempre hay tormenta”.