sábado, 4 de septiembre de 2010

La necesidad tiene cara de bruja

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No había qué comer, ni siquiera había sal para hacer sopa con una tortilla dura para engañar a los cuatro chiquillos que tenía.



Ellos, muy inteligentes, decían: −Vámonos a dormir temprano para no sentir el hambre, ya que muchas veces llegaba a doler.



Ella se sentía deprimida. Su esposo se había ido a la guerrilla, muriendo en batalla y ella no sabía hacer ningún oficio que le diera dinero para comprar comida, porque en aquella época las mujeres solo servían para los oficios de la casa y así se casó ella, con esa ilusión de juntos para siempre…



Comían cuando alguien se acordaba de ella o cuando, por lavar una ropilla ajena que muy pocas veces le traía una vecina, esta mujer bondadosa, decía que para ayudarla y para que no se sintiera ofendida, le pagaba una platilla, además le regalaba alguna cosa, porque la conciencia no la dejaba entrar a esa casa toda destartalada y ver a esos chiquitos muertos de hambre. No es que esta vecina tuviera dinero, no, pero era una señora generosa y cuanto podía ahorrar se lo pagaba a ella para que comiera, por eso no era tan frecuente la lavada de ropa.



Pero un día de desesperación que no tenía ni frijoles viejos con gorgojos, (eso animalitos repugnantes que se meten a los granos sin piedad), que, aunque parezca mentira, ni el árbol de mango ubicado frente de la casa y que muchas veces daba tantos frutos maduros no tenía uno solo, su piel comenzó a ponerse amarilla. Ese árbol bendito que hasta miel le había dado una vez… no tenía nada, pero ni la flor para darle a los chiquillos, y entre pensamientos de demencia, tuvo una idea: - “O me hago bruja o prostituta” -.



Estaba desesperada y, como dicen que en las crisis el hombre siempre toma la decisión más adecuada, hizo un rótulo de cartón viejo que decía: “Se adivina el futuro, se quitan maldiciones, se hacen limpias de terrenos, casas y personas”. Lo puso en la ventana rota que daba a la calle y pensó: - “Si no viene nadie por lo menos me tapa el hueco” - .



El día trascurrió como siempre, lavando alguna cosita ajena, engañando la tripa con agua de arroz que alguien le había dado tempranito por la mañana. En la tarde, como a las cuatro y media, tocaron la puerta: − ¡Upé! Señora, ¿Está la bruja?



Y por primera vez se dio cuenta de lo que hacía. Al principio no dijo nada, hasta estuvo a punto de responder que estaba equivocada, que aquí no habían brujas, pero dio una mirada rápida a su casa y como un rayo su mente comenzó a formular respuestas, pero lo que le ayudó a decidirse fue que se topó con los ojos salidos de hambre de uno de los niños y respondió con un grito tembloroso: - Sí, sí señora… soy yo, ¿en qué le puedo servir? -



Era una señora de dinero, puesto que andaba en carro y tenía muy linda ropa. La alzó a ver de pies a cabeza y dudó un poco de su capacidad como bruja, porque andaba con una ropilla vieja y unas sandalias que tenían como treinta años de estar con ella. La señora, sin mucho saludo, se fue directo al grano:



− ¿Usted hace limpias de terrenos? - preguntó

− ¡Claro!− respondió la otra un poco asustada, con miedo que le preguntara el procedimiento.

− ¡Qué bueno!− dijo la señora encopetada, − ¿Cuánto cobra usted? – añadió como pregunta



Sin saber qué contestar y sin tener idea de cuánto cobrar, se dejo llevar por el instinto que parecía responder por ella y finalmente conteniendo la respiración hasta casi ponerse morada muy tímidamente dijo:

− ¡Depende del lugar y de lo que haya que hacer! –

− Está bien. ¿Usted puede venir conmigo para que vea el lugar? – respondió y preguntó la señora

− Sí, pero tenemos que llevar a los chiquillos porque no los puedo dejar solos− respondió la bruja.



La señora de zapatos finos dijo que no había problema y todos se subieron al carro. En él estaba el esposo, callado pero muy crédulo de la maldición que le habían echado al terreno. Saludó y no dijo nada más en todo el trayecto.



Los chiquillos estaban tan felices de su primer paseo en carro, que ni preguntaron a dónde iban. Solo pensaron que esa señora nada más vino a llevarlos a pasear.

Mis niños, se decía, ¡qué inocentes!, sentada en el carro con sus manos inquietas hechas un nudo, las apretaba contra su regazo y la mente perdida en sus pensamiento trataba de convencerse que era lo mejor, que no estaba engañando a nadie, que sus hijos tenían hambre y que por eso Dios la iba a perdonar, porque él sabía lo que ella había sufrido de impotencia de no poder alimentar a sus pequeños, que tal vez Dios mismo había mandado a esa señora para que los chiquillos comieran. Sí, sí se repetía y movía su cabeza inconscientemente en forma afirmativa. Si la señora que estaba sentada en el asiento del frente la hubiera visto creo que iba a dudar seriamente del tratamiento anti maleficios, pero gracias a Dios la señora que también estaba convencida del asunto absolutamente demoniaco, sólo se limitó a mirar hacia el frente deseando llegar lo más pronto posible.



Uno de los niños la saco de su transe al pegar un grito, por ver un árbol de guayaba que tanto le gustaba, y a partir de ese momento, esa media hora pareció como cinco horas de viaje incomodo y tenso, cuando finalmente llegaron, hasta el cuerpo le dolía de lo tensa que estaba. Se bajaron del carro y le dijo a los niños que fueran a jugar por allí, mientras ella convencía a la gente de que sí había un maleficio.



Caminaron un poco para que ella buscara donde sentía más las maléficas vibraciones, caminaron despacio y tensos, los señores por la expectativa y ella porque no sabía qué hacer, siguió su instinto y finalmente muy seria, actuando muy bien su papel y utilizando la inteligencia y astucia que Dios le había dado dijo:

−Sí, aquí hay una brujería y muy mala, al mismo tiempo que abría sus ojos y moviendo sus cejas y para darle mayor veracidad en su cara y su boca se veía la preocupación por tan mala fe de las personas que pusieron allí ese maquiavélico instrumento perturbador de almas. - Luego, sin más reparo, haciendo halarte de su maestría en brujería agregó:

-Pero tenemos que venir mañana para hacer la limpia porque ahorita no traigo nada, además tengo que dejar a los chiquillos con una vecina. -



Los señores contestaron que claro que sí, que a las 10:00 de la mañana pasarían por ella. Recogieron a los chiquillos, que andaban regados por toda la propiedad comiendo cuanta fruta pudieron y también echando en sus bolsillos llenos de huecos de todo lo que podían acarrear.



Cuando vio a sus hijos con la boca llena de fruta, sus ojos chispeantes de emoción y una carita tan feliz, supo en ese momento que estaba haciendo lo correcto.



En la noche, cuando todo el mundo dormía, estaba muy preocupada, inventado cosas. Trató de buscar en el patio las matas secas y más raras que había, se fue al frente a robarle al vecino un poco de hojas de pino para quemar algo que oliera rico y estudió toda la noche un salmo para hacer más sagrada la limpia y, de paso, para que Dios la perdonara.



Durmió como dos horas. A las 4:00 de la madrugada se levantó asustada y su corazón no dejaba de latir, sintió que se le salía por la garganta porque se acordó que no había hecho nada para enterrar… ¡No había hecho el maleficio!



Cortó un poco de pelo de la cola del pulgoso perro y lo colocó en un envase de vidrio, que llenó de agujas, pensando que ellas le harían falta si esto no funcionaba. Pero le faltaba algo al maleficio… No estaba tan terrorífico. Agarró entonces un cuchillo y se cortó un dedo, puso un poco de sangre en el frasco y lo tapó.



Todos estaban durmiendo cuando salió de la casa. El primer autobús salía a las 4:30 de la mañana, para trasladar a los trabajadores del café. Ese bus era gratis, gracias a Dios, porque era de los cafetaleros.



Llegó al lugar como a las cinco pasadas. Buscó un lugar aislado para hacer todavía más creíble la aparición del maleficio, lo enterró y puso una piedra sobre él, para que no se le olvidara dónde estaba. Luego se marchó.



Duró dos horas caminando de vuelta, porque no había plata para pagar el bus de regreso. Cansada, con los pies hinchados, los chiquillos ya despiertos y molestando, se sentó un ratito para que le volviera el aliento. Pasó un poco de agua por un poquito de café que le quedaba, pues solo lo usaba en ocasiones especiales, y lo bebió lento, pensando si esto estaba bien. No le dio tiempo al arrepentimiento cuando, de pronto, se acordó que tenía que dejar a los chiquillos con alguien. Se fue donde la vecina, le dijo una mentirilla blanca y todo estaba listo para las 10:00 en punto de la mañana.



Se buscó un trapo para taparse la cabeza, alistó su maleta con hierbas secas del patio y se sentó a esperar, con el café frío en la mano y esa ansiedad de locura que la estaba matando. A la hora esperada en punto, la señora se bajó del carro y dijo de forma brusca:



−Buenos días, ¿cómo le va?−

− ¡Muy bien!− respondió la otra, con el susto que siente alguien que no está seguro de lo que hace. −Nos vamos− agregó con una voz delgada como la seda y bajita como si fuera un pajarito moribundo. Sus piernas temblaban tanto que casi no podía caminar. Se montó al carro y suspiró profundo pidiendo perdón a Dios.



El trayecto se le hizo interminable hasta que por fin llegaron al lugar. Caminaron como veinticinco minutos para darle más credibilidad al asunto y de pronto ella se posesionó de un lugar previamente visto, alzó sus manos al cielo, respiró profundo porque sentía que el aire le faltaba y comenzó el exorcismo. Repetía el salmo de la noche anterior con algunas alteraciones debido al susto pero nadie lo notó. Lo repitió tantas veces y tan rápido que parecía que hablaba en lenguas, no se entendía nada, caminaba en círculos y los señores atrás, parecían una gallina y sus pollitos cuando esta tronando; todos muy apretaditos unos contra otros. De pronto y como si ya lo hubiera hecho mil veces, paró en seco y de un grito dijo:

− ¡Aquí!... Aquí está el maleficio, yo lo puedo sentir. -



El señor no sabía qué hacer… si llorar o reír; estaba paralizado de pies a cabeza. Ella se dio cuenta que él tenía más miedo, entonces tomó el control de la situación y le dijo:

−Sáquelo usted, que es el dueño. -



El señor se puso a excavar con las manos, más temblorosas que gelatina y como pudo lo hizo. Al cabo de unos segundos observó el frasco medio hundido en la tierra y, con un miedo que nunca había sentido y un asco increíble, lo sacó. Al ver que tenía sangre, pelos y estaba lleno de agujas, casi le da un infarto; su rostro cambió de color pálido a casi verde; su esposa igual.



Ella, viendo todo aquello, tomó las riendas como una verdadera bruja y dijo unas cuantas palabras que recordó de alguna novela que había leído, mientras tiraba el frasco al suelo y quemaba los pelos. El maleficio quedó totalmente anulado y el terreno limpio de malos espíritus y protegido para toda la vida.



Los señores quedaron muy agradecidos. Sus rostros tomaron color y una sonrisa apareció en ellos.

−Bueno… ahora sí… la cuenta.



Ella no sabía cuánto cobrar. Se sentía un poco culpable pero los chiquillos tenían que comer. El señor dijo: − ¡Bueno, la verdad es que yo le doy lo que creo que es más que justo. Entonces sacó un rollo de billetes y se los entregó. Ella, sin más que decir dio las gracias… Y partieron rumbo a la casa.



De camino ella les pidió que por favor la dejaran en el mercado y así lo hicieron. Tenía una felicidad de esas como cuando uno tiene algo verdaderamente bueno, ese algo que está metido en el cuerpo y quiere salir pero no puede. Sí… eso. Además la irradiaba a todo el mundo, caminaba realizada, pensando en su plata y cómo se la había ganado. Sacó el dinero y, con mucho orgullo, compró tortillas, arroz, frijoles, pan, leche, queso y mucho más.



Al llegar a la casa preparó una sopa de pollo, arroz, frijoles y tortillas. Llamó a los chiquillos que hacía mucho no veían un pollo en sopa. Ellos no sabían qué hacer… si comer o qué. Se les iluminó la cara, sus ojos no cabían es sus cavidades, no sabían donde ver o que hacer, eso era mejor que navidad. Se reían, se abrazaban, inquietos como pajaritos. ¡Nunca habían visto tanta comida junta! Ella les decía: −Coman, coman… sin miedo, que no se va a acabar. Coman… mis pequeños, hasta enfermarse, que su mamá ya tiene trabajo.



Y así siguió con sus consultas, pues el incidente la hizo famosa y su clientela crecía día a día.



Pero algo raro le pasó… Ya no necesitaba esconder sus propios maleficios, ya no era necesario aprenderse salmos, porque algo se despertó en ella. Ya podía ver a la gente a los ojos y decirle su problema, curaba males sin remedios raros, solo con unas hierbas que comenzó a sembrar en el patio, compró libros y estudió las magias… Ya no era una bruja falsa sino una Curandera verdadera.

3 comentarios:

  1. Me rei mucho con el trayecto del cuento y que decir del final me gusto!!!

    Felicitaciones

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  2. Ruth, está excelente, Siga escribiendo, las cosas buenas de la vida hay que compartirlas y su talento es una de ellas... Te quiero mi linda hermanita!!!
    Arturo!!!

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  3. super cool tener esa habilidad de la narrativa y mantener al lector inmerso en el cuento.
    Felicidades !

    Carlos Moya

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